Represión. Miseria. Desalojo. Pobreza. Cárcel. Desempleo…
Los compañeros y compañeras anarquistas de principios del siglo XX que arriesgaron sus vidas y sus cuerpos por la Revolución Social a través de huelgas, insurrecciones y atentados en contra de aquel joven Estado Argentino, poco se podían imaginar que esta primera década del nuevo siglo iba a presentar condiciones de vida precaria tan similares (o peores) que las que debieron enfrentar en su tiempo.
Aquella incipiente urbe, con barriadas llenas de trabajadores y familias que llegaban desde Europa y las provincias en búsqueda de trabajo y vivienda, hoy a dado paso a una gigantesca maquinaria consumidora y depredadora de personas, historias y culturas. Ramón L. Falcón, aquel asesino de obreros ajusticiado por el compañero Simon Radowitzky, hoy da nombre a la academia donde se forjan los nuevos cuerpos de la genocida Policía Federal Argentina. Barracas, San Telmo y otros barrios eran el primer destino de aquellos y aquellas que huían de la miseria europea; hoy, han sido “limpiados” de sujetos y pobrezas indeseables, constituyéndose en un paseo de lujo para un turismo de primer mundo que transita la mítica “ciudad del tango”. Inquilinatos, conventillos y ranchadas han dado lugar al emplazamiento de modernas torres, hostels “cool” y gigantescos paseos comerciales. Aquella legendaria ciudad de desigualdades y contrastes, hoy se ha convertido en un gigantesco panóptico en donde todo es controlado, administrado y mercantilizado.
Michel Foucault, en su estudio sobre las sociedades disciplinarias, reflexionaba acerca del tratamiento que sufrían las ciudades frente a las pestes que las azotaban: “La ciudad apestada, toda ella atravesada de jerarquía, de vigilancia, de inspección, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada… Para hacer funcionar de acuerdo con la teoría pura los derechos y las leyes, los juristas se imaginaban en el ´estado de naturaleza´; para ver funcionar las disciplinas perfectas, los gobernantes soñaban con el ´estado de peste´. En el fondo de los esquemas disciplinarios la imagen de La Peste vale por todas las confusiones y todos los desordenes; del mismo modo que la imagen de la lepra, del contacto que cortar, se halla en el fondo de los esquemas de exclusión”[1].Los imaginarios del Neoliberalismo buscan construir la asimilación de esta ´peste´ en relación directa con la de miseria y exclusión. El pobre, el desempleado, el indigente, el desocupado son el síntoma que visibiliza aquello que es indeseable, pero que innegablemente es fruto de la acción del Capitalismo. El justificativo que sirvió para barrer la Huerta Orgázmika no fue otro que el de eliminar un posible foco de dengue e infecciones, aunque la ´peste´ que se está combatiendo es la de controlar pensamientos y subjetividades que no se asimilan a la lógica del mercado.
Todo aquello que no se encuentre bajo la esfera del Estado porteño, debe ser regulado y administrado por el Poder central. La faena genocida cumplida por la última dictadura militar argentina se ha continuado con las gestiones civiles; sin embargo, desde la movilización popular que significaron los hechos del 2001, quienes detentan el Poder no han hecho más que aplicar represión, normativas y sanciones disciplinarias para “reencauzar” las cosas bajo la esfera estatal.
Miguel Amorós reflexionaba sobre las modernas urbes: “La ideología de la moderna clase dominante se manifiesta en los edificios y, de modo general, en su manera de adueñarse del espacio. Sus monumentos encarnan sus valores y su contemplación nos sugiere jerarquía, artificialidad, fetichismo tecnológico, culto al poder, velocidad, soledad, control, incomunicación, condicionamiento, consumismo… Todos tienen algo de cárcel. En resumen, la moderna clase dominante es autoritaria y fascista y sus construcciones son las de una sociedad de masas amorfas, es decir, que favorecen condiciones fascistas”[2]. La gestión de Macri y el proceso de constitución de PRO no son más que la explicitación de cómo las corporaciones financieras, las empresas de servicios y los pulpos inmobiliarios se han apropiado del juego político legal. La política burguesa es patrimonialista: el que tiene, hace; el que no, sufre y mendiga.
Puerto Madero nos muestra la Buenos Aires deseada por las elites: limpieza, pulcritud, policías y gendarmes controlando, torres y hoteles de primera, turistas europeos por todos lados… La miseria, la pobreza, la desigualdad, el desempleo, son enfermedades que deben ser erradicadas. Exterminar estas ´pestes´ es la máxima de este proyecto que está “Haciendo Buenos Aires”.
Xaby
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